Él nunca pensó que las cosas pudieran ser así. Nunca se le
ocurrió que los enfermos pudieran morir, los criminales robar, los violadores
acechar a sus presas sin afanes. No pudo prever –no hubiera podido- el caos de
las avenidas y las gentes; los semáforos titilantes, los ascensores trabados,
los subterráneos oscuros. ¿Cómo imaginar las masas desbocadas, los gritos de
angustia, los niños perdidos?
No fue su culpa: el amor no conoce de previsiones o
consecuencias.
Él sólo quería que ella viera las estrellas.